No importa si estamos de acuerdo o no, con los demás en un determinado aspecto: la cortesía siempre facilita las cosas.
¿Cómo podemos aplicar la cortesía con nuestros clientes sin que parezca forzado?
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- Saluda siempre a tus clientes con amabilidad, evitando las fórmulas demasiado breves. Un escueto “hola” puede sonar forzado o indiferente; un “buenos días, ¿cómo estás?” resultará mucho más amable.
- Utiliza las fórmulas clásicas de cortesía (“gracias”, “de nada”, “un placer”…). Como clientes (conscientemente o no) las agradecemos.
- Antes de entrar en “materia”, dedica un tiempo a “crear atmósfera”: en un primer contacto, frases del tipo “¿en qué puedo ayudarle?” pueden serte útiles. Si ya conocemos a nuestro cliente y hay confianza, podemos interesarnos por su familia o cualquier otro aspecto que esta persona considere relevante.
- Haz que los demás se sientan importantes: esfuérzate por retener el nombre de tus clientes y empléalo, de cuando en cuando, en la conversación.
- Aprende a decir “lo siento” de una manera asertiva: si hemos cometido un error es importante que nos disculpemos con amabilidad, pero mostrando seguridad en nosotros mismos: una actitud demasiado servil o por el contrario arrogante, puede deteriorar nuestra imagen ante el cliente.
- Evita aquellos gestos que puedan molestar a nuestros clientes: fumar, mascar chicle, comer, etc.
- Muestra respeto en el uso del lenguaje. Salvo en entornos muy informales o con gente muy joven, es preferible que empleemos el “usted”, a la hora de dirigirnos a nuestros clientes o les preguntemos si podemos tutearles. Si la persona desea un trato más informal, nos lo hará saber. En este sentido, es preferible “pasarse” de formal que quedarse corto.
- Cuida la expresión de tu rostro y tu lenguaje corporal en todo momento, pero muy especialmente cuando discrepes con el cliente. Tanto nuestra cara como nuestros gestos dicen mucho de lo que pensamos y sentimos: ser amable solo con palabras no es suficiente; tus gestos también deben serlo.
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